23 septiembre, 2013

Comepalabras

Le dije a mi generala que no era que se me estuvieran olvidando las cosas, sino que me había atacado un comepalabras.

—Fue durante la batalla, mi capitán —le aseguré, rogando que al menos esa información lograra salir de mi cabeza. —Estaban por todas partes y seguramente uno se me metió por la oreja.

—Como sea —respondió ella. —Los de la facción oriente no saben que corremos peligro, será mejor darnos prisa a través de aquellos edificios.

Mi generala, Landa Galen, podía parecer una chiquilla que no sabía nada, pero definitivamente no era así. Su mirada feroz no daba espacio para el reproche, ella era la capitán, ella comandaba la expedición y todos la obedecíamos con gusto y con orgullo. Yo la defendería con mi vida.

—¿Qué otros efectos tienen los comepalabras? —me preguntó mientras corríamos a través de las calles estrechas, bajo los edificios que se tambaleaban débilmente por el estrago de la batalla, en cualquier momento caerían.

—Logran interceptar el habla y el acto de comunicación, sin que el humano se dé cuenta de ello, “comen” las palabras clave de un mensaje o comunicado.

—Como te ha pasado a ti. —reafirmó mi capitán, con gesto preocupado.

—Así es. —Yo tenía que haber enviado el mensaje a la facción oriente diciendo nuestra ubicación y que estábamos rodeados por mucho más enemigos de los que esperábamos, pero el comepalabras me había arrancado la información y en lugar de un mensaje de auxilio, envié uno sin comprensión alguna.

—Y luego, ¿qué te ocurrirá? —preguntó mi generala, tomando sus armas. La estructura del edificio tambaleante hizo un gruñido, señal de que no resistiría más. Tomé también mi arma. No moriríamos sepultados.

—Seguiré pensando y comprendiendo todo, pero no podé hablar, tampoco podré escribir. —Decirlo me sonaba lejano, maldito comepalabras.

—¿Tus manos dejarán de funcionar? —preguntó ella, dando saltos largos a través de una barda. Se escuchó una serie de disparos, ninguno nos tocó.

—¡No! —grité en medio del ruido, la seguía de cerca, su larga coleta se movía al compás rápido de su cuerpo. —Sólo ya no podré escribir.

—¡Qué interesante! —exclamó ella mientras se agachaba tras unos escombros, el edificio tambaleante se derrumbó y dejó una nube de polvo gruesa y pesada. Tosí hasta que no pude más, ella también. Pero nos habíamos alejado lo suficiente, no había peligro.

—Te decía, qué robot tan interesante ha creado la Compañía, ¿crees que podamos sacarlo de tu cuerpo? —ella seguía tan tranquila, los disparos volvieron a sonar y ella hizo funcionar su arma, una luz brillante salió de ella iluminando el campo destrozado.

—No lo sé.

—Lo intentaremos. Quiero comepalabras para la rebelión.

Quise decir “Sí, lo haremos mi generala”, pero ya no pude. Las palabras caían al vacío, de mi pensamiento iban al vacío. Me toqué la garganta, la lengua, quise expulsarlas, escupirlas. Se fueron al vacío, a través de mi tráquea, al estómago.

—¿Me escuchas? —preguntó ella con sus ojos grandes, brillantes y generosos. Le señalé la garganta, mis manos. —¿Tan pronto? No te preocupes, intentaremos sacarlo de tu cuerpo.

Asentí. Corrimos hasta que salimos de la zona negra de la ciudad, los disparos nos perseguían pero nunca pude ver a quienes los lanzaban. A lo lejos vimos el transporte de apoyo. Corrimos como nunca en toda nuestra vida y logramos huir.

Landa Galen informó de mi condición. Me examinaron. Me extirparon el robot, era tan diminuto que era comprensible que no lo hubiera sentido cuando ingresó a mi organismo. Lo estudiaron y duplicaron.

Hoy los vamos a soltar en la zona negra. Los enemigos se volverán locos, hemos mejorado los comepalabras, porque ya no sólo comen palabras, sino también: pensamientos.

microrobot

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